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domingo, 28 de julio de 2013

Una ráfaga de balas seductoras no lograban vulnerar una coraza idiota, y con mi seguridad ya en la miseria fuimos por un café, juntos los tres, vos, yo y tu histeria. 
Sin mucho más que hablar, nos despedimos. Comprobé que ya era inútil extender ese partido, colgué los timbo y bajé la persiana, sin embargo, tu auto estima cascoteó mi ventanta. 
Sugerías necesitar mi delirio. Para ganar espacio, me mostré cual tipo tibio, empezó a inquietarte mi nueva conducta, pero caí derrotado por tus brotes de astucia. 

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