
Sin mucho más que hablar, nos despedimos. Comprobé que ya era inútil extender ese partido, colgué los timbo y bajé la persiana, sin embargo, tu auto estima cascoteó mi ventanta.
Sugerías necesitar mi delirio. Para ganar espacio, me mostré cual tipo tibio, empezó a inquietarte mi nueva conducta, pero caí derrotado por tus brotes de astucia.
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