No
tenían muchas cosas en común, sus edades eran distintas, sus maneras de caminar no coincidían y mucho menos la
estatura (él para besarla tenía que agacharse o de lo contrario
ella encontrar un escaloncito para pararse y llegar minimamente a toparse con
su pera). Casi nunca pensaban igual, tenían ideas muy
diferentes, él era dueño de si mismo, ella una
insegura de mierda. La
vida les sonreía, (esa era una de las pocas cosas que podían compartir)
y bueno sus manos, parecían haber sido hechas como piezas exactas para encajar
una con otra, y así les devolvían la sonrisa a la vida, con los dedos
entrelazados y mirando a la misma dirección.
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