Vuelve a pensar en la primera vez que lo viste.
Sólo quiero que recuerdes el momento exacto en que pasó a formar parte de tu
vida. Igual lo hizo únicamente durante segundos, en un cruce de miradas. A lo
mejor, puede que tardes algo más que segundos en olvidar ese momento, esa
primer mirada. Puede que incluso no le hayas olvidado nunca. Vuelve a pensar en
la primera vez que lo oíste hablar. Sólo quiero que recuerdes el momento exacto
en que te diste cuenta de que aquello no era un sueño, que estaba hablando, y
que por alguna extraña razón se dirigía a ti. Intenta recordar qué fue lo
primero que te dijo, como fueron sus primeras palabras, qué hizo para que el
recuerdo de su voz y de esas palabras, vacías de un significado concreto,
sencillas y sin medir, se grabaran en tu memoria. Vuelve a pensar en la primera
vez que compartiste algo con él, sólo quiero que recuerdes el momento exacto en
que ambos se convirtieron en relatores de un momento compartido, cada uno
captando detalles distintos de una misma historia. Trata de regresar al
instante en la primer sonrisa que te sacó. Vuelve a pensar en la primera vez
que lo hiciste partícipe de un trozo de tu vida. Sólo quiero que recuerdes el
momento exacto en el que compartió contigo una historia hermosa que pocos han llegado
a tener. Busca en tu memoria el instante en el que la confianza les regaló a
ambos un momento distendido, sobre la base de un cuento en una libreta que ya
no tiene sentido dejar de contar. Y, ahora que juegas con tus recuerdos a tu
antojo, pregúntate por qué él. Por qué su mirada, su voz, su risa y su todo.
Por qué ahora y no hace tres segundos o dentro de muchos años. Por qué
precisamente él.
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